Aún antes de la fundación de Porvenir, llegaban distintas embarcaciones a este puerto, transportando pasajeros y carga de manera ocasional. El primer barco que de manera oficial realizó la carrera Porvenir-Punta Arenas, fue el Antonio Díaz, de la firma Braun y Blanchard. Esta embarcación fue, posteriormente, reemplazada por el remolcador Armando, el que a su vez cedió la carrera al Carolina, todos ellos de la misma firma armadora.
En el mes de abril de 1922, un grupo de empresarios locales, encabezados por Rafael Rusovic y Manuel Lillo, se atrevieron a formar una sociedad que se denominó Comunidad Almirante Señoret. El propósito de esta organización fue desarrollar desde este puerto, el servicio de comunicación entre ambas ciudades, lo que lograron en breve tiempo al adquirir un vapor ballenero que sirvió esta ruta bajo el nombre de la propia comunidad Almirante Señoret.
Mientras esto ocurre, la conocida firma Braun y Blanchard puso en servicio el vapor Minerva, construido en Punta Arenas en los astilleros de Doberti y Cía.
En tal situación, la competencia entre estos dos vapores fue intensa, llegándose a registrar el cobro de $7,50 pesos por pasaje, un regalo para la época. Más tarde, la Comunidad adquirió el escampavía Porvenir y compró el Minerva a Braun y Blanchard, con ello, se termina la competencia quedando esta organización a cargo exclusivo de las comunicaciones marítimas hasta 1952, fecha en que se anunció su definitiva disolución. Se recuerda que servía de agente en Tierra del Fuego, en 1943, el acreditado joven Tomás Radonich Scarpa, quién atendía en forma activa esta oficina de la Comunidad en Porvenir. Al ser retirados de este servicio los vapores Porvenir y Minerva, el cruce del estrecho fue servido por embarcaciones menores, entre las que se recuerda la goleta Diana y Gaviota y varios cúteres como el Rayo y el Regal, entre otros.
La existencia de esta pequeñas embarcaciones de poco calado, sin comodidades suficientes y que empleaban hasta cinco horas y más en el cruce del estrecho, permitieron salvar por tiempo prolongado las necesidades de transporte de pasajeros y carga entre ambas ciudades.
Una eventual solución la proporcionó la Compañía Marítima de Punta Arenas S.A. (Comapa), quién resolvió destinar la barcaza Concón para estos efectos.
La solución definitiva para servir este cruce, lo proporcionó la barcaza Melinka, embarcación que desde su incorporación al tráfico regular entre ambas orillas y por largo tiempo, lo realizó aún sufriendo al comienzo serias incomodidades y mejoradas éstas, fue posible mantener un flujo constante. Esta barcaza que fuera muy apreciada por todos los porvenireños y también por quienes se aventuraban a realizar esta singular travesía del estrecho de Magallanes, en el año 2011, fue reemplazada por el ferry Crux Australis, de propiedad de la Transbordadora Austral Boom Ltda.
Odisea en el estrecho
Una sabrosa anécdota es narrada por los antiguos pobladores de la otra orilla, referida a un accidentado viaje de la goleta Gaviota.
Las juguetonas toninas acompañaban a la pequeña lancha Gaviota, que zarpaba desde Porvenir con destino a Punta Arenas, haciendo cabriolas, para deleite de los pasajeros que, sentados en sus pilcheros, viajaban hacia la gran ciudad.
Llegado el momento del zarpe, 14 horas, el patrón de la embarcación había dado las órdenes pertinentes a su gente, de tal manera que todo estaba correcto para la travesía del estrecho de Magallanes.
Al parecer, la escasa tripulación había participado la noche anterior al zarpe, en una regada fiesta, lo cual se reflejaba en el rostro de los marineros, en los que se leía una gran borrachera y su respectiva trasnochada.
La barca, era uno de los pocos medios que se contaba en aquel entonces para ir de una a otra orilla y, obligadamente, quienes deseaban hacer el viaje no podían exigir comodidad.
Un par de muchachos, amparaban con su cuerpo a una mujer que alimentaba a su pequeño hijo, mientras que el resto de los viajeros trataban de acomodarse lo mejor posible para las horas que duraría la travesía.
Negros nubarrones que se divisaban hacia el sur oeste, presagiaban mal tiempo, pero ello no era obstáculo para los avezados lobos de mar que dominaban la navegación por estas aguas australes.
Al rato de avanzar, comenzaron a escucharse algunos cantos y brindis de los tripulantes que, al parecer, continuaban con la celebración y sólo el timonel permanecía en su puesto. Este, se pasaba la lengua por sus labios resecos deseando ir donde sus compañeros que en un rincón de la bodega disfrutaban de algún licor.
Las aguas del océano comenzaron a inquietarse y los pasajeros también.
-¿Dónde está el patrón de la lancha? –preguntaban.
-Ya viene, ya viene- les respondía el timonel.
Al marinero se le ocurrió una idea. Dirigiéndose a uno de los jóvenes, le expresó.
-A ver tú muchacho, tienes cara de saber navegar. Ven a sostener el timón mientras yo voy en busca del jefe.
-Sé un poco de cuando le ayudaba a conducir la lancha de mi padre en Chiloé. Pero no me atrevo.
-Es fácil. Toma con las dos manos esta rueda y tienes el cuidado que siempre la punta de la lancha debe estar siempre mirando hacia ese cerro que se ve al frente. ¡Y listo el bote!
La verdad es que la artimaña del timonel era para ir donde sus compañeros para apagar la sed que lo tenía vuelto loco.
Partió el hombre, dejando en manos del muchacho la conducción de la nave, mientras el resto de los pasajeros se encomendaba a Dios.
El viendo y la lluvia borraron todo signo de visión y el jovencito con las manos apretadas al gobierno, trataba de hurgar entre el temporal la montaña hacia donde debía apuntar la proa.
Las horas comenzaron a pasar y ni el timonel ni el patrón daban señales de aparecer.
La gente, desesperada, iba a golpear la puerta de la bodega que estaba cerrada por dentro, llamando a gritos a los marineros. Sólo les respondía el silencio.
El otro pasajero joven, puso el oído en la portilla y exclamó alarmado:
-¡Están todos roncando!
La mujer con el bebé comenzó a rezar alguna letanía que le había enseñado su abuela allá en Tenaún. El ruido del viento apagaba sus invocaciones a los santos. Las olas parecía que en cualquier momento se tragarían a la Gaviota, pero la nave, muy marinera, se sumergía y emergía triunfante de los abismos y continuaba su marcha entre las penumbras de una noche que llegó, sin avisar.
Fueron más de ocho horas de terror, en las cuales se mezclaban los denuestos de los pasajeros contra los tripulantes, los golpes estrepitosos a la puerta de la bodega, el llanto del bebé y las oraciones de su madre.
De improviso, tal como llegó el vendaval, desapareció por completo y ante los ojos atónitos de los viajeros aparecieron las luces de la ciudad de Punta Arenas, que le parecieron a los pasajeros una verdadera guirnalda de Navidad.
En ese instante se abrió la puerta de la bodega y el timonel, seguido del patrón de lancha, aparecieron con un gran bostezo y estirando sus brazos. El primero, dirigiéndose al muchacho le manifestó:
-¿Malo el viaje muchacho? – Esto no es nada, recuerdo que en una oportunidad en que navegaba en el paso Brecknock…
La lluvia de insultos con que ambos fueron recibidos apagó el relato del marinero que se fue a relevar al pobre chico que, con los nervios de sus brazos agarrotados, sólo atinaba a sonreír, como un sonámbulo, mientras exclamaba:
-¡Si mi padre me hubiera visto! ¡Si él me hubiese visto por lo menos!”.
Nuestro homenaje al Aniversario de Porvenir.