LOCALES

Vladimiro Poll Ibáñez, de hombre de mar a transportista en Tierra del Fuego

Magallanes, es una zona marítima por excelencia y así lo demuestran los laberintos de canales que nos rodean por doquier y el océano que baña nuestras costas.

Tanto el hombre que ha venido de Chiloé, como los que nacen en esta tierra del sur del mundo, alguna vez han estado ligados al mar y sus actividades.

Muchos emigrantes llegaron por mar a este extremo de la Patria y dejaron descendientes.

Uno de ellos, Vladimiro Poll Ibáñez, porvenireño de corazón, nacido en la isla de Tierra del Fuego el 18 de marzo de 1941, descendiente de la tercera familia de pioneros que poblaron el naciente caserío de Porvenir.

“Mis abuelos, Jorge Poll y Ana Arribas Hansen, procedían de Estonia, república báltica situada en el norte de Europa. Huyendo de la guerra, llegaron en barco a Buenos Aires y luego, interesados en el oro fueguino viajaron hacia estas tierras. Fueron desembarcados en la sierra Boquerón y luego de un tiempo se trasladaron más al norte, encontrando ya un par de ranchos levantados a orillas de una bahía que los naturales llamaban Karkamke. Allí construyeron su hogar”.

“Somos seis hermanos, Luisa, Enrique, Marina, Esperanza, yo y Norma. Cuando niños estudiamos en la escuela fiscal del pueblo. En el lugar donde vivíamos había como diez casas de tal manera que todos nos conocíamos. Era una vida tan feliz que ni siquiera nos preocupábamos del nombre de las calles”.

En la pesca y el oro

“Al crecer, como mi padre había trabajado en el oro y en la pesca, yo seguí sus pasos y también realicé esas faenas. Sólo estuve un par de años en el oro y luego me dediqué más a la parte marítima y llegué a ser capitán de un barco. Siempre recuerdo a mi embarcación, la lancha Polux, con la cual, durante muchos años, hicimos el transporte de carga y pasajeros desde Porvenir hasta Punta Arenas. Era el único medio que había en ese tiempo”.

“Recuerdo que a la Polux la fuimos a buscar junto a la Tirana a Iquique, para traérselas a Copetif. El primer tramo del viaje fue hasta Talcahuano, donde pasamos a cargar madera. Luego arribamos a Puerto Montt y de ahí navegamos hasta Ancud donde, al igual que la famosa goleta tuvimos que embarcar un práctico canalero. Allí estuvimos como 15 o 20 días. Había también que obtener mucha documentación para proseguir el viaje”.

“Demoramos bastante en llegar a Porvenir, arribando con sólo el olor a petróleo en el estanque”.

“Cuando trajimos la lancha Eliana, venía con otras dos con las cuales partimos desde Castro y en medio del encabritado Golfo de Penas falló la Lorelei y tuvimos que traerla a remolque. Con el mecánico realizamos una peligrosa maniobra. Como no podíamos acercarnos debido a los vaivenes de las embarcaciones que podían chocar y despedazarse, debimos enviar a un tripulante en un bote chiquito con una batería cargada y una vez instalada, partió de nuevo la Lorelei. Cruzamos el golfo y llegamos hasta el sector de San Pedro y ¡Que alegría más grande, porque estábamos todos juntos y con las embarcaciones en buenas condiciones! Veinte días demoramos en llegar a Porvenir”.

“También, fui por más de treinta años camionero, pero siempre ligado al mar. Cuando salí de mi servicio militar me compré mi primer camioncito con el cual complementaba el asunto de la pesca, para acarrear en el vehículo los productos extraídos del océano”.

“Luego tuve otro camión más grande con el cual me dediqué a transportar mercaderías a través del estrecho de Magallanes. Primero lo hice por Bahía Azul y luego, cuando comenzó la barcaza Melinka, lo hice desde Bahía Chilota a Tres Puentes. La llegada de esta embarcación eliminó el transporte de mercaderías que se hacía a granel en las lanchas. Ya se contó con servicio de puerta a puerta a través de los camiones que eran embarcados con su carga completa en la nave”.

“La barcaza comenzó a transportar pasajeros, hasta 80 personas; nada que ver con nuestras lanchas que sólo podían llevar a una docena. Hoy, en el ferry caben hasta 400, además de muchos vehículos”.

Cruce del Estrecho

“Recuerdo que también cuando joven fui marinero de la Gaviota otra lancha que hacía cruces desde Porvenir a Punta Arenas. En ella aprendí lo que era atravesar el estrecho de Magallanes, al cual hay que tenerle mucho respeto. En cierta oportunidad que veníamos en esta embarcación, que tenía muy poca máquina, enfrentamos un temporal a media hora del puerto de Punta Arenas, con fuerte viento y marejada. El motor no se las pudo, a pesar de haberle dado guasca y, luego de muchas tentativas de avanzar, nos dimos por vencidos y tuvimos que regresar a Porvenir con la cola entre las piernas”.

“Trabajamos mucho en las lanchas para acarrear leña en rajones de madera desde las islas Wickham y Dawson tanto para Porvenir como para Punta Arenas. También cargábamos madera elaborada de los aserraderos de Caleta María, La Paciencia, Puerto Arturo, Puerto Yartur. Era este último el aserradero más grande de la isla, donde vivieron hasta 600 personas”.

En el islote Snipe

“En el año que vivimos en peligro por el asunto del islote Snipe, ubicado en el canal de Beagle, yo estaba trabajando a bordo de la lancha Polux en el sector de Puerto Toro, frente a las islas Picton, Nueva y Lennox”.

“El islote tenía un letrero confeccionado con tres tablas clavadas a un par de piquetes, que decía ‘Armada de Chile-Bienvenidos-Islote Snipe’. Como pasaban por allí las naves argentinas, pintaban las tablas de celeste y blanco. Nosotros, al navegar por la noche, le cambiábamos el color a blanco azul y rojo y amanecía con los colores de la patria”.

“En esos lugares, donde aún no se trabajaba con la centolla, nosotros nos hicimos la América, ya que había ese producto a montones, el cual lo entregábamos a Copetif, en Porvenir”.

Su vida familiar y su juventud

“En el año 1971, conozco en Porvenir a María Fabiola Yuryevic Gallegos, con la cual contraigo matrimonio, del cual tenemos tres hijos: Andrés, técnico electrónico, reside en Puerto Montt; Javier que siguió la carrera judicial y Sebastián, que estudió chef internacional y está en España”.

“Mi vida de juventud estuvo muy ligada al deporte de la boga. Participaba en las antiguas y clásicas regatas que se hacían en la bahía de Porvenir, con embarcaciones de siete personas, seis remadores y un patrón. Recuerdo una anécdota de ese tiempo, en que incluso se apostaba mucho dinero y se defendía a brazo partido la llegada de los participantes. El certamen se había transformado en una verdadera hípica, con apuestas interesantes en las cuales participábamos hasta los competidores. En cierta oportunidad que bogamos, llegamos a la meta en forma muy pareja con otro bote. Hubo una fuerte discusión respecto a los ganadores y, al final, se declaró empate, para desagrado nuestro que creíamos que éramos los vencedores. Había jueces y ellos determinaron la igualdad”.

“Lo principal era que al final de la competencia había que celebrar. Si se perdía o se ganaba, todo finalizaba con una reunión social con muchos brindis. A uno de los jueces de llegada que era amigo mío, cuando estábamos en medio de la fiesta comiendo unas empanadas y tomando un buen vino, se me ocurre preguntarle: -¿Ganamos o perdimos?, dígame la verdad”.

“Mi amigo, me respondió: -Amigo mío, ustedes perdieron por nariz”.

“Nunca había revelado hasta ahora ese secreto”.

“La isla de Tierra del Fuego la conozco íntegra, por mar y tierra. Si navegar es hermoso, igualmente es recorrerla por tierra, especialmente la nueva senda de penetración de Vicuña a Yendegaia. Ese camino no tiene que envidiarle nada a la Carretera Austral”.

“Yo fui muy conocido tanto por el trabajo de mar como por los camiones. Aún me llaman, aunque estoy retirado de las pistas. Por razones de estudio de mis hijos, me radiqué en Punta Arenas, pero aún conservo nuestra casa de Porvenir. En cuanto a las amistades está todo muy cambiado. Tanto en las lanchas como en las barcazas antiguas todo el mundo se conocía. Ahora, con el viaje de cientos de personas a bordo no se conoce ni al cafetero. Hace unas semanas fui con mi señora a la vecina orilla, no conocí a nadie de los que viajaban”.

“Pero, mi corazón está en la capital fueguina, donde incluso he recibido el honor de ser declarado vecino ilustre, y a la cual sueño con algún día volver, porque extraño a mi pueblo”.

“He viajado a otros lugares, pero como mi tierra fueguina no hay otra. Estuvimos con mi esposa una semana en Puerto Varas, arrendando una cabaña, no aguanté más días y regresamos”.

“Para no olvidar el océano, de vez en cuando tomo mi bote y voy a lanzar las redes al mar. Aunque no saque nada, de alguna manera esa maniobra me recuerda mi feliz época marinera en los canales australes”.

Fuente: La Prensa Austral

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