Ingresar a la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego fue por años una suerte de meta laboral, especialmente en una época en que la vida escolar en Magallanes culminaba prácticamente para la generalidad de los jóvenes con el primer ciclo de humanidades y en que la prosecución de los estudios en las universidades estaba determinada por la situación económica de la familia. De ahí los empeños y recomendaciones para ingresar a tan interesante empleo, en un territorio donde la oferta no abundaba y la que se daba, estaba definida desde largo tiempo por la invariabilidad de posibilidades. Muchos eran los llamados y pocos los escogidos.
Puerto Bories, donde funcionó el Frigorífico de la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego, es hoy día Monumento Nacional de Chile. El museo que se encuentra en él, resume la historia y las tradiciones de la zona mostrando la importancia del frigorífico en el desarrollo económico de Puerto Natales y de la toda la Patagonia, con maquinarias de principios del siglo XX en perfecto estado de conservación. La construcción original tiene un estilo arquitectónico de fines del siglo XIX inspirado en la época post-victoriana en Inglaterra.
Carolina Haidée Rodríguez Díaz, tuvo que ver con la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego, al desempeñarse como secretaria en los últimos días de actividad de esta gran empresa y porque su niñez la vivió en el Frigorífico Bories, donde su padre, Antonio Rodríguez Sánchez, se desempeñaba como ingeniero de máquinas. Anteriormente había desempeñado esta especialidad en la Marina Mercante Nacional.
Su vida
“Nací en Punta Arenas, el 2 de junio de 1946, pero a los 15 días de vida me fui con mi madre al Frigorífico Bories, de Puerto Natales, viajando en una góndola”.
“Mis abuelos Eusebio Rodríguez, quien fuera parte de los fundadores de la Cruz Roja en Punta Arenas, y María Sánchez, fueron inmigrantes españoles y procedían de las islas Canarias”.
“Mis padres, Antonio Rodríguez y Carolina Díaz Quezada, se casaron en 1940 y la contrayente puso como condición que el novio se retirara de la Marina Mercante, puesto que se divisaban ya los turbulentos aires de la Segunda Guerra Mundial. Sin trabajo, postula a la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego, empresa que necesitaba justamente un ingeniero de máquinas para destinarlo al Frigorífico Bories, de Puerto Natales. Lo contratan en el año 1940 y le entregan casa y todas las facilidades para que viva allí con su familia”.
“Fuimos cinco hermanos, pero los dos mayores, varones, fallecieron al nacer. Luego llegamos tres hijas, yo, la mayor, luego Angela y María Rosa”.
“Recién nacidas nos trasladaban desde Punta Arenas a Puerto Natales, a veces en avión, pero según las condiciones del clima lo hacíamos por tierra, en un largo viaje que demoraba diez horas entre ambos puntos”.
“Vivimos una niñez y parte de la juventud muy regalada. Una excelente casa, con agua caliente y todas las comodidades posibles, donde un camión del frigorífico se dedicaba a repartir en los hogares, gratuitamente, carbón y leña e incluso la carne se entregaba en cuotas para cada familia y la leche se recibía en las mañanas con una asignación de cinco litros por casa. La mayoría tenía su quinta donde podía plantar las hortalizas para ocupar en su consumo. Los pobladores del lugar eran la gente que trabajaba como administrativos en las oficinas. También existía una pulpería donde se podía encontrar todo tipo de mercaderías incluso ropa y géneros para sábanas. A propósito, recuerdo que antiguamente se utilizaron para pañales las llamadas ‘camisas de capón’ (envoltorios con los cuales se exportaban los animales). Nuestra madre ocupaba los envases de género donde venía la harina para confeccionar sábanas, paños de cocina y manteles. Más de una vez nos confeccionó con ese género unos corsés destinados a mantener recta la columna a fin de que camináramos como ‘señoritas elegantes y distinguidas’”.
“Recuerdo con mucha nostalgia los paseos de fin de año, donde participaban de capitán a paje. Los picnics se realizaban en un lugar especialmente habilitado a orillas de un río que proviene del cerro Dorotea, donde todo el ‘comistrajo y bebestible’ lo proporcionaba la empresa. Las dueñas de casa contribuían llevando tortas, dulces, etc. Mi madre confeccionaba un brazo de reina que lo hacía parecer el tronco de un árbol y que por su figura y exquisitez era muy apetecido por los vecinos”.
El mito de las gaviotas
Se habla que a las mujeres natalinas les llamaban las gaviotas por disputar con estos láridos las tripas que se desechaban de los animales faenados en el frigorífico.
Carolina Rodríguez, aclara este punto:
“Todo lo que caía al mar se lo comían las gaviotas. Los trabajadores del frigorífico tenían el derecho de llevar a sus hogares una cuota de menudencias, además del capón periódico. Nunca yo presencié que alguna mujer desde el mar rescatara este tipo de producto y fueron varios años de permanencia en el lugar, ya que mi padre estuvo desde el año 1942 hasta 1964 desempeñándose en el frigorífico, que fue la fecha en que yo terminé mis estudios secundarios”.
“Estudié un año en la escuelita de Bories, que era dirigida y enseñada por maestros que pagaba la Explotadora, como se estilaba en las estancias que le pertenecían. Luego, con mi hermana Angela nos matricularon en el Colegio María Mazzarello de Puerto Natales. A continuación pasamos ambas a estudiar al Liceo María Auxiliadora de Punta Arenas, acogidas por la tía materna Angela de Alonso, que vivía en el sector de Río de los Ciervos y cuyo esposo estaba en la estancia La Laurita, ubicada en la provincia argentina de Santa Cruz”.
“Ya, en esa época, nos comenzamos a alejar un poco de Puerto Bories, por el hecho que sólo íbamos en vacaciones de invierno y verano. En las primeras, disfrutábamos jugando con los trineos, especialmente en la pendiente escarchada que va desde el camino público al frigorífico”.
“Viajábamos en invierno y verano a Puerto Natales en un vehículo Ford T que manejaba mi padre sin respetar los baches del camino. Mientras nosotras, apretujadas, saltábamos con los tumbos del automóvil, él nos decía -en el camino se arregla la carga-. La velocidad máxima que imprimía a su carro era de 30 kilómetros por hora”.
“Siguiendo con los estudios, esta vez continuamos en el Liceo de Niñas de Punta Arenas, un establecimiento de excelencia. Hice hasta el sexto año de humanidades hasta el año 1964. Mi bachillerato lo di en Valparaíso donde nos habíamos trasladado porque mi padre jubiló en el año 1962. Hice en el puerto un curso de secretariado. Mi progenitor fallece en el año 1966 y tenemos que recibir la ayuda de mi tío Eusebio Rodríguez, hermano de mi padre, quien fue el dueño original del famoso Kiosko Roca de Punta Arenas, el cual con el tiempo lo traspasa a su hermana Carmen la que, a su vez, lo vende a su hermana Rosario de Harambour. El tío Eusebio, muy generoso, nos compra una casa, diciéndole a mi madre ‘me la pagas cuando arregles tu posesión efectiva’. Y así lo hizo mi madre”.
“Ante la ausencia del jefe de familia, un amigo de mi padre me ofrece la posibilidad de ingresar a la Sociedad Ganadera Tierra del Fuego. Lo acepté y entré a la empresa a la sección de Contabilidad. Recuerdo que el subgerente en ese tiempo era René Venegas Aros. Se desempeñaban como secretarias Flavia Livacic y Dora Yáñez. Las oficinas de la Sociedad se encontraban en el edificio de la Plaza de Armas donde hoy funciona el Servicio de Impuestos Internos. En ese lugar había también una galería comercial”.
“En el año 1968 contraigo matrimonio con Gil Vergara Carrasco, con el cual tuvimos tres hijos: José Antonio, licenciado en educación; Carmen Luz, contadora auditora y Juan Pablo, arquitecto.
Una vez finalizado mi trabajo en la Sociedad Ganadera Tierra del Fuego, pasé a laborar a la Compañía Marítima de Punta Arenas Comapa, donde realicé actividades de turismo. Mis acciones de trabajo las terminé en la Ferretería El Aguila, donde permanecí por 25 años”.
Su participación en la cultura
Carolina Rodríguez Díaz, quedó viuda a los 31 años. Se dedicó a sus hijos, pero también encaminó su vida a las actividades culturales. Su soledad la inspira a escribir y comienza a participar en las letras que la llevaron a ser socia de la Agrupación de personas mayores Plumas Literarias, institución en la que ha publicado sus trabajos en los libros “Una ventana al pasado” y en la “Antología 2015”, además de escribir villancicos para el CD “Cánticos navideños bajo la Cruz del Sur”. Igualmente participa en la Agrupación literaria Poetas del Mundo.
“En lo referente a la pintura, integré varios talleres realizados por la Municipalidad de Punta Arenas, Unidad del Adulto Mayor. Aprendí las técnicas de acrílico y óleo que las aplico en mis trabajos que he expuesto durante cinco años en distintas salas de Punta Arenas”.
“A mis 70 años de existencia me siento plena y realizada. La literatura y la pintura llenan mi vida y me mantienen la mente ágil y mis inspiraciones y remembranzas las sigo plasmando en bocetos y escritos que han tenido muy buenos comentarios y que dejaré para la posteridad a los futuros habitantes de esta tierra magallánica”.
Fuente: La Prensa Austral